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Necesitamos comer para vivir, pero hay una fina línea fácil de cruzar entre comer por causas fisiológicas y comer como herramienta de afrontamiento emocional.

Cuando somos conscientes de que tenemos problemas de peso queremos solucionarlo de manera rápida, aunque eso signifique perjudicar nuestra salud, y entonces la maltratamos doblemente, con la mala alimentación que nos ha llevado a esos problemas y queriendo arreglarlos de manera inadecuada.

Para conseguir estos efectos rápidos utilizamos las llamadas dietas “milagro”.

Mucho se ha hablado de sus consecuencias negativas: pueden afectar a órganos como el riñón o el hígado, producir déficits de diferentes proteínas, vitaminas y minerales, etc. Pero también debemos tener en cuenta que:

  • Producen pérdida de líquidos o masa muscular y no de materia grasa, que es lo que determina si tenemos un peso saludable o no.
  • No producen cambios en la conducta alimentaria a largo plazo, por lo que cuando dejemos de hacerlas volvemos a hacer lo mismo que nos hizo tener el problema con el peso.
  • Favorecen los atracones y el efecto rebote debido a la restricción alimentaria, por lo que cuando comemos como lo hacíamos antes de empezar este tipo de dietas nuestro cuerpo recibe los alimentos como un extra de energía y los almacena aumentando nuestra materia grasa.

Por tanto, con estas dietas no logramos salir del círculo vicioso de engordar-adelgazar y, lo más importante, no rompemos la relación que hemos establecido entre la comida y las emociones.

Pero entonces ¿por qué abandonamos los tratamientos que sí son adecuados y saludables para el control de peso? En esto influyen diferentes factores.

En primer lugar cuando empezamos un proceso de control del peso solemos empezar con unas expectativas irreales y queremos resultados rápidos y duraderos, sin plantearnos seriamente un cambio en el estilo de vida. Cuando este cambio no ocurre a la velocidad deseada se produce el abandono, la recuperación de hábitos inadecuados y del peso perdido. Estas oscilaciones en el peso hacen aparecer la frustración y que busquemos la solución, o lo que nosotros pensamos que puede ser una solución, en acciones menos saludables.

Otro factor influyente es la falta de comprensión o aceptación de la enfermedad. Debemos tener en cuenta que tanto el sobrepeso como la obesidad son enfermedades crónicas y como tal tenemos que comprenderlas para poder controlarlas de la mejor manera posible. Por otro lado, aunque sabemos que este tipo de enfermedades influyen en el desarrollo de otras, como su aparición no es inmediata somos menos conscientes del peligro de la situación.

Y también la idea de “compensar”, es decir, cuando cometemos un exceso lo intentamos “arreglar”, por ejemplo, comiendo menos en los días posteriores o haciendo más ejercicio. Esto demuestra que aún existe una conducta alimentaria inadecuada y que no hemos cambiado los hábitos perjudiciales.

Tenemos que tener en cuenta que el éxito no se basa solo en lo que muestra la báscula, si no en cambiar las conductas y los pensamientos inadecuados por otros que producirán un cambio positivo en el estilo y la calidad de vida.

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