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Nieves Sánchez Ramírez

Artículo extraído del Nº 31 de Revista Conecta, descárgala gratis aquí

En un artículo anterior ya hablamos sobre la psiconutrición, sobre esa rama de la psicología que se basa en modificar la relación inadecuada que creamos con la comida y que junto a disciplinas como la nutrición y el deporte tiene el objetivo de inculcar hábitos saludables y mejorar la calidad de vida de las personas.

Está claro que la comida es algo necesario en nuestra vida, es algo que necesitamos para sobrevivir, pero no es algo que solucione nuestros problemas, que elimine las emociones desagradables o que vaya a ser nuestra tabla de salvación. Por eso no se le debe dar un significado que no tiene.

En nuestras conductas y decisiones influyen diversos factores, tanto internos como externos, y en las relacionadas con los alimentos también. En muchas ocasiones seguro que hemos estado ante la decisión de elegir entre dos alimentos, uno más sano que el otro, y seguro que si nos dejamos llevar por nuestro instinto y no nos paramos a razonarlo elegiremos en la mayoría de las ocasiones el más calórico.

¿Por qué sucede esto? Pues porque cuando tenemos hambre y vemos comida la dopamina, una de tantas sustancias que se encuentran en nuestro cerebro y que está relacionada con la sensación de placer, aumenta y activa diferentes zonas cerebrales que nos incitan a comer. Al mismo tiempo, ante la elección de alimentos, nuestro cerebro más primitivo, ese que ayudaba a nuestros antepasados a sobrevivir cuando las condiciones ambientales eran más duras y la comida escaseaba, empieza a funcionar y a calcular qué alimento tiene más calorías y por tanto el alimento que debemos elegir para sobrevivir, para guardar reservar y para afrontar circunstancias extremas que en la actualidad no vivimos.

En un ejemplo en el que tuviéramos que elegir entre comer una pizza o una ensalada la pizza hará que nuestro cerebro generé más dopamina y nuestro cerebro primitivo detectará que es más calórica, por tanto la sensación de placer al comerla será mayor y su función para la supervivencia también.

Esto también explica porque utilizamos la comida a la hora de enfrentar nuestros estados emocionales, ya sean agradables o desagradables. Tendemos a comer por ese momento de placer que nos produce, pero debemos tener en cuenta que este momento es pasajero, que las emociones no las podemos eliminar y que esta no es la función principal de la alimentación. Todo esto puede llevarnos a tener cierta dependencia a los alimentos.

Por esto es muy importante que pongamos en marcha nuestra consciencia, nuestra consciencia a la hora de percibir nuestras emociones y nuestra consciencia del acto de comer y, a partir de ahí, intentar tomar las decisiones a partir de la razón y no de los impulsos.

La psicología puede ayudar a buscar otras herramientas para afrontar las diferentes situaciones con conductas no relacionadas con la comida, a conocernos mejor emocionalmente, a saber cómo controlar las emociones y a trabajar nuestra consciencia para que los impulsos no guíen nuestras conductas.

Artículo extraído del Nº 31 de Revista Conecta, descárgala gratis aquí

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